FLORECILLAS DE SAN JERÓNIMO (II)


6- TERROR NOCTURNO

Los pequeños huerfanitos recogidos por Padre Jerónimo miran felices, contentos y tranquilos en la nueva casa preparada para ellos.

Pero un desgraciado día empezaron a suceder fenómenos extraños en las horas nocturnas. Durante la noche, cuando los huérfanos  dormían, el demonio envidioso de tanta paz y candor , violentaba a algunos de los niños haciéndoles decir, en medio de convulsiones, palabrotas y obscenidades. Este hecho provocaba en el corazón del Padre Jerónimo dolor, desasosiego y tristeza.

 

Pero no solo esto; el hecho venía acompañado por  ruido, sonidos terroríficos que asustaban y sobrecogían a los niños.

 

Los huérfanos saltaban de sus camas y se abrazaban al Padre Jerónimo buscando con ansia protección, temblando de miedo. Él les consolaba con palabras y les pedía que confiaran en la Virgen María, la Madre del cielo y con amor fraterno acompañaba a cada huérfano a su cama.

 

Decidió, para evitar tal situación nocturna, que se cantara por la mañana y por la tarde, todos juntos la Salve Regina, palo de santo. El diablo no les molestó más. Los huérfanos sintieron nacer en su corazón una devoción inmensa a María, lo que provocó una alegría desbordante en el corazón de San Jerónimo y un gran reconocimiento y agradecimiento.

 


7- A LA CONQUISTA DE MILÁN

La gran ciudad de Milán atraía al Padre Jerónimo; se había enterado de que existían numerosos grupos de niños pobres y solos, que deambulaban por las calles y las plazas.

 

Decide trasladarse a Milán. Parte con un pequeño grupo de niños, a pie. Se detienen por la noche donde es posible. En Merate son huéspedes de los Albanos.

 

A la mañana siguiente Padre Jerónimo reanuda su marcha, tiene fiebre, pero no importa. Se pone  igualmente en camino con sus pequeños.

La fiebre aumenta durante el camino. En  cierto momento se tambalea y cae al suelo. A duras penas consigue llegar a un viejo caserón sin techo, sin puertas, entre los campos llenos de niebla y de silenciosa tristeza.

 

A su alrededor, con el corazón en un puño y con los ojos llenos de lagrimas, sus pequeños no saben que hacer y continuamente pronuncian su nombre.

 

La providencia quiere que pase por allí un caballero del duque de Milán. Lo quiere llevar a una casa más acogedora que está cerca. Pero no hay sitio para todos. El santo, responde. “Dios os compense por vuestra caridad pero yo no puedo abandonar a mis hijos con los que quiero vivir y morir”.

 

Los niños se abrazaron aún más a él, mientras el caballero se alejaba lentamente. Están solos, con el Padre enfermo, lejos de todos: parece que para Jerónimo ha llegado el final. Están en los manos de Dios.

Pero he aquí que de improviso llegan corriendo unos siervos del Duque. Se coloca el enfermo sobre una cabalgadura y,  poco a poco, siguiendo al grupo de los huérfanos, llegan a Milán.

Dios había posibilitado que siguiera con sus hijos y Padre Jerónimo no paraba de agradecérselo.

 

Querían llevarlo a la corte del Duque, pero no se dejó convencer.  "Al hospital, por caridad, al hospital. El hospital es para los pobres".

Insistía. No había venido a Milán en viaje del placer, o para estar cómodo en un palacio, sino para abrir su corazón a las grandes desgracias que allí existían.

  


8- LA BOLSA DE ORO

Cuando el Duque de Milán, Francisco II Sforza, buen príncipe pero infeliz y desgraciado, le mando como presente una bolsa llena de monedas de oro pero Jerónimo se puso serio y dijo al que se lo traía en nombre del Duque:

- La generosidad del señor Duque sobrepasa nuestras necesidades. Dadle las gracias, que se lo merece; pero recordadle que nosotros perderíamos nuestro tesoro, si llegados a Milán pobres saliéramos de aquí llenos de oro. Si él sabe hacer buen uso de sus riquezas, que nos deje a nosotros también hacer buen uso de nuestra pobreza".

 

Pero el empleado del Duque se empeño para que le padre Jerónimo aceptara al menos una moneda para sus pequeños. ¡Es tan poca cosa una moneda!. "No, tened vuestro dinero". Haría un agravio a mi Dios, si aceptara, mayor que el que pudiera hacer al Duque con mi rechazo. Nos  atenderá la Divina Providencia. No insistáis más; en caso contrario entenderé esta oferta del Duque como una orden de marcharme de sus tierras".

 

Y así, libre de la atadura a este mundo, se muestra feliz por haber logrado del Principe un viejo caserón donde abrigarse con sus pequeños, gozando de la compañía de "doña" Pobreza.

 


9- ¡LOS LOBOS! ¡LOS LOBOS!

Una hermosa mañana, con un sol que enamoraba, la alegre fila de huérfanos se dirigía hacia la Certosa de Pavía para ver la bella Iglesia, rezar al señor y gozar de un feliz paseo.

 

Caminaban hacia la Certosa (Cartuja) cantando alegremente y correteando felices, entre risas que alegran  el corazón, cuando de pronto salen del bosque unos lobos ¡Qué ojos!, ¡Qué colmillos!. No hay escapatoria. Los niños, asustados se abrazan a Padre Jerónimo, se agarran a su mano buscando refugio, y chillando con el terror en los ojos.

          "¡No temaís, hijos! ¡Dejadme hacer a mí!. 

Va al encuentro de los lobos, hace la señal de la cruz sobre aquellas fauces agresivas y las fieras se alejan ocultándose en el bosque, con el rabo entre las patas.

 

También San Francisco de Asís, el santo del hermano sol, de las palomas, del agua preciosa y clara, el hermano de  todas las criaturas, había amansado con la señal de la cruz al feroz lobo de Gubbio.

 


10- LA MULTIPLICACIÓN DE LOS PANES

Invierno 1536.

Había casi un metro de nieve. En la despensa de la Valleta solo tenían tres panecillos y cien estómagos vacíos que esperaban ansiosos la comida del medio día. Bajar al pueblo era imposible, el camino oculto bajo la nieve, garantizaba cualquier desgracia. Descender era una locura.

¿Qué hacer?

"Hijos, - dice el Padre Jerónimo - confiemos en Dios. Él que alimentó a los hebreos en el desierto, que dio de comer a la muchedumbre que le seguía, con sólo cinco panes; él que bendice a todas las criaturas y dá de comer a los pájaros y a los animales de la Tierra, también se preocupará de nosotros."

 

Todos se animan y  se acercan hambrientos a la mesa. Se sientan en sus sitios. Padre Jerónimo se arrodilla, reza; después se levanta, coge aquellos tres panes, hace la señal de la cruz y los coloca confiado en el mandil que lleva puesto. Va dando un pan a cada niño, su mano  una o otra vez entra vacía al mandil y sale con un pan que con amor va repartiendo. Todos y cada uno ha recibido un correspondiente pan. Incluso han sobrado.

 

¡Qué sabroso está el pan! Es el pan del milagro, tanto es así que las migajas recogidas, y guardadas por el buen Martín, un huérfano que más tarde se ordenó sacerdote, curaba a los enfermos, humedecidas con un poco de agua normal.

 

Florecillas de S. Jerónimo I

 

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