El gozoso y contagioso entusiasmo de San Jerónimo Emiliani en el servicio de la caridad a los más pobres entre los pobres.
El Fundador de los Clérigos Regulares de Somasca, conocidos como somascos, es el clásico ejemplo de santo atraído por otros santos, casi como una confirmación que la santidad, además de contagiosa, es ante todo fascinante y atrayente. Jerónimo Emiliani, en efecto debe su santidad a la santidad de Dios, pero el primer impulso ciertamente le vino de otro santo, bastante conocido en el siglo XV, aquel Gaetano Thiene que ya se había señalado por su amor a los pobres y enfermos. A él se debe, en efecto, la decisión de Jerónimo de entregarse completamente a los pobres y a los enfermos.
Ya desde joven él sintió tal inspiración, sobre todo cuando se enteró que la actividad política y la militar a la cual se había encaminado, no tenía ya en él total consentimiento, y sobre todo no le proporcionaban la serenidad y satisfacción interior que iba buscando.
En familia es donde dio los primeros pasos de entrega total, cuando empezó a encargarse del cuidado de sus sobrinos, huérfanos de su hermano; de modo particular cuando entró en el círculo de experiencias religiosas venecianas, en las cuales debía luego sobresalir Cayetano Thiene, que trabajaba en el Hospital de los Incurables.
El contacto de Jerónimo con los primeros teatinos fue determinante para dar a su vida de joven patricio veneto un giro radical que lo llevará a dedicarse a los huérfanos y a los pobres: primeramente le darán el encargo de la dirección de un pequeño hospital, el del Bersaglio, donde había muchos huérfanos y muchísimos enfermos pobres; sucesivamente extendió su obra a las viudas y a las muchachas huérfanas, organizando un taller artesano, en el cual se trabajaba la lana.
VENDE TODOS SUS BIENES.
Ahora su camino ha sido marcado: sin demora vende los bienes que tiene y da inicio a una nueva obra, dirigida al alivio de los pobres y de los que sufren, siguiendo a Jesús Crucificado, su gran ideal que bien pronto propondrá a los que se quieren seguir sus huellas. Mi entras tanto, curando a los enfermos, contrae una enfermedad contagiosa, que lo lleva casi a la muerte. Pero también ésta es una experiencia útil, porque puede experimentar en sus propias carnes el sufrimiento y la necesidad de dedicarse al cuidado de los enfermos.
Desde Venecia su fama se extiende no sólo por el Véneto, sino también por Lombardía, y se le llama para que abra nuevas casas en otras ciudades, llegando al corazón de Milán, donde inicia muchas obras asistenciales.
El horizonte de su caridad se extiende cada día más hasta instituir una especie de congregación para las ex-prostitutas, lejano anticipo (nos disculpen los lectores por la autocitación) de algunas manifestaciones de caridad que estamos experimentando en estos años también nosotros para la redención de las esclavas.
Dondequiera era llamado, el santo abría casas para huérfanos y viudas, instituía hospitales y dispensarios para enfermos, abría talleres de trabajo, anticipando el fervor social que muchos siglos después recorrería nuestras calles y englobaría nuestras comunidades.
San Jerónimo Emiliani, junto con san Vicente de Paúl y otros santos del siglo XV y XVI, no sólo se ha anticipado a los tiempos, sino que, en cierto modo, ha anticipado las actuales Caritas diocesanas y parroquiales, esparciendo el viento del amor en medio de la gente y comprometiendo directamente a fieles y pastores de almas: muchas regiones del Norte de Italia conocieron su entrega de caridad, su iniciativa, pero descubrieron también su pasión por los pobres y enfermos, apoyándole y acompañándole.
EL RETIRO DE SOMASCA
Su vida y su acción caritativa se hace cada vez más frénetica, por esto siente la necesidad de retirarse en el pequeño pueblo de Somasca (de aquí el nombre de su familia religiosa) para fundar una especie de seminario, donde acoger y formar aquellos que se han puesto tras su huella: a su alrededor se reúnen jóvenes y mayores, hombres y mujeres, todos deseosos de dedicarse a los pobres de forma total.
Nace así la Compañía de los Siervos de los Pobres desamparados formada por sacerdotes y hermanos, que dejan sus casas, su pueblo, y se ponen a seguir al santo de la caridad: a los Siervos de los pobres se les confían las obras de caridad, mientras la administración (cosa rara en aquellos tiempos y un poco también en los nuestros) es confiada a los fieles laicos, reunidos en hermandades creadas a propósito..
Una de las particularides de este santo, que merece ser reconsiderada hoy, es la "sinergia" que establece entre clérigos y laicos, entre personas consagradas y fieles, todos unidos en las obras de caridad, con encargos y tareas distintas, que valorizan los dones y los carismas.
La síntesis del trabajo se hacía en el "Capítulo" al cual participaban tanto miembros de la congregación como los de las hermandades laicales, anticipando, también en esto, lo que sería el espíritu del Vaticano II y todo el Magisterio postconciliar.
Cuando san Carlos Borromeo visitó la tierra de Somasca, no dudó en reconocer el valor y la grandeza de nuestro santo, y quiso levantar cerca de la Academia de los Somascos un seminario rural para la formación de los sacerdotes.
+ Cosmo Francesco Ruppi
Arzobispo de Lecce
("Osservatore Romano", edición diaria, del 8 de febrero 2001)